Comentario
Desde la perspectiva del siglo XX, a la vista de las guerras de 1914-18 y 1939-45 y de las experiencias nazi, fascista y comunista parecería que, en efecto, Thomas Mann llevaba razón y que haber vivido en los últimos años del siglo XIX, en aquella atmósfera que Mann llamó burguesa y liberal, fue una gran suerte. Pero no todos los escritores o artistas eran de aquella opinión. Al contrario, lo que parte del mundo de la cultura del fin del siglo XIX revelaba era, ante todo, un profundo malestar. Tal vez nadie acertó a plasmarlo con más patetismo y fuerza expresiva que el pintor noruego Edvard Munch (1863-1944). Su obra maestra El grito en el que una figura escalofriante, casi una calavera, con las manos ceñidas angustiosamente a la cara, grita desesperadamente desde un puente sobre un fondo de líneas violentamente retorcidas, en colores igualmente agresivos y atormentados, era, ciertamente, la expresión del angustiado mundo psíquico del pintor; pero quería ser una reflexión general sobre la condición humana y, pintado en 1893, era de alguna forma la contraimagen -llena de tenebrosas premoniciones- de la "belle époque".
Por lo menos, un hecho fue cierto: desde finales del siglo XIX, se alterarían radicalmente la conciencia del hombre moderno y la visión que tenía de su propia realidad y existencia.